Aquella aventura no resultaría sencilla. Milei necesitaría llegar al 40% de los votos y lograr que ni Bullrich ni Massa superen el 30%. O que alcance directamente el 45%. Ese número mágico fulminaría cualquier posibilidad de los rivales, según el curioso mecanismo electoral elaborado en la Reforma Constitucional del 94.
El salto de sufragios, en cualquiera de los casos, debería ser fenomenal para Milei. Casualmente dos dirigentes, un macrista y un kirchnerista, coincidieron con un razonamiento sintetizado de esta forma: “Nadie lo tenía el domingo en las previsiones muy por encima de 20%. Incluso cuando se cerró el comicio. Y mirá lo que terminó sucediendo”.
El susto, a esta altura, tendría que ver con lo desconocido del fenómeno. La aceptación de que nadie vió venir lo que ocurrió. Pecado para dirigentes con trayectoria y aspiraciones. Aunque es verdad que la irrupción de Milei tuvo características no convencionales. Pareció conformarse desde el interior hacia las grandes ciudades. No faltan los que temerariamente están pretendiendo compararlo con aquel surgimiento en los 80 de Carlos Menem. Diferencia neural: el ex presidente de La Rioja hizo su historia siempre en la política. Gobernó su provincia. Estuvo preso después del golpe de 1976. Era la casta, según la muletilla libertaria. No un arribado de último momento.
El recorrido tuvo hitos notables. Chubut, donde hace semanas el senador Ignacio Torres, del PRO, destronó al peronismo. Jujuy donde hace un par de meses se impuso el delfín de actual mandatario, Gerardo Morales, con casi el 50% de los votos. Quien fue candidato a vice de Rodríguez Larreta. La Pampa, La Rioja y Tucumán resultaron algunos de los feudos peronistas también vulnerados por Milei.
Cabe detenerse en tres perlas adicionales. Barrió también en San Luis donde recientemente Juntos puso fin a la dinastía de Alberto Rodríguez Saá, con Adolfo, su hermano, distanciado. Sacó el 35% y ganó en Tierra del Fuego. La isla del extremo sur basa su economía en la promoción industrial que Milei pretendería desterrar. Hizo su estocada nada menos que en Santa Cruz, la cuna del kirchnerismo. Allí se eligió gobernador: quedó en manos de una alianza opositora. El fin de ciclo pareció sintetizarse en otro detalle: para la categoría senadores el 50% de los que concurrieron votaron en blanco. La primera candidata por el oficialismo fue Alicia Kirchner, que cesa como gobernadora.
El temor a una disparada del libertario en octubre empezó a recoger algunos síntomas. Más inquietantes para Bullrich que para Massa. Ayer brotó un tuit del radical Maximiliano Pullaro, amplio ganador en la interna de Juntos en Santa Fe contra la senadora Carolina Losada. Casi seguro reemplazante de Omar Perotti. Valdría repasar el texto: “Los argentinos piden un cambio y Javier Milei interpretó muy bien la angustia y el malestar de quienes no encuentran respuestas a sus problemas. Unidos y en paz vamos a construir ese cambio que el país necesita”. Escalofríos corrieron en el macrismo.
En esa escalada imaginaria para lograr la proeza del triunfo en la primera vuelta Milei tendrá que trabajar para ampliar su base. Extender su figura a compañías que no únicamente estén estacionadas en extremos. Recibió el saludo de la premier de Italia, Georgia Meloni, cuya radicalización en campaña se moderó cuando llegó al poder. Lo congratuló Antonio Kast, líder de la derecha chilena, heredero pinochetista, que juega dentro del sistema. Escuchó además la voz de Santiago Abascal, de Vox, la extrema derecha de España. Comulga con frecuencia con la familia Bolsonaro, con el ex presidente Jair y el diputado Eduardo, su hijo.
No todo es lo mismo, aunque la madera parezca similar. Bolsonaro intentó un golpe (fue atacado el Planalto, el Congreso y el Poder Judicial) días después de la asunción de Lula Da Silva para su tercer mandato. No debería cebarse como el kirchnerismo lo hizo por años, desde otro andarivel ideológico, con Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Las explicaciones en torno al fenómeno Milei han circulado hasta ahora alrededor de una sociedad decepcionada, frustrada y sin horizonte. El llamado voto bronca. Si fuera sólo eso y no la convicción colectiva que detrás del candidato se esconde la posibilidad de alguna mejoría consistente, podría correr el peligro de una fuga. Allí el sueño de la primera vuelta se derrumbaría. Ese asoma como el gran desafío que el candidato libertario enfrenta hacia octubre.
El que le aguarda a Massa es mucho más complejo. Quedó a tiro de Juntos por el Cambio para ingresar en el balotaje. Pero es el ministro-candidato que debe gestionar en un Gobierno que parece haberlo abandonado. El Presidente ni siquiera apareció en el bunker de la derrota. La vicepresidenta prefirió permanecer en El Calafate. Máximo Kirchner lo acompañó con rostro sombrío y sin intentar un aplauso en su discurso de cierre. Distinto al momento de la monserga que improvisó Kicillof.
La ilusión kirchnerista quedó depositada, básicamente, en Buenos Aires. Allí Kicillof ganó la interna al ser el más votado -por encima de Massa a presidente- para intentar la reelección como gobernador. Tampoco sacó una distancia sideral a la suma de Nestor Grindetti y Diego Santilli, de Juntos por el Cambio: sólo 4 puntos. Asomó con 23% Carolina Piparo, la candidata de Milei. Fue la segunda individualmente más votada después de Kicillof. Toda la historia electoral en la Argentina continúa abierta.