El plan de ajuste anunciado el martes, al menos en la mirada del Presidente libertario, es algo más que eso. Tiene un aspecto redentorio: una sociedad de esclavos debe liberarse y, para eso, deberá atravesar momentos muy difíciles. No se trata solo de ordenar las cuentas sino de un cambio de valores muy profundo
En julio de 2018, al final de una entrevista, una periodista le preguntó a Javier Milei qué sentía por su hermana Karina, que miraba desde detrás de cámara. Como muchas otras veces, Milei se quebró y empezó a hablar muy despacio, mientras las lágrimas humedecían sus mejillas:
“En el antiguo Egipto -dijo- Dios le dio una misión a Moshé. Tenía que liberar a su pueblo. Pero él no era un buen orador. Entonces, Moshé le pidió a Aarón que fuera quien divulgara sus ideas. Bueno…ella es Moshé. Yo soy Aarón”.
Por esos mismos días, en otro canal, otro colega le planteó a Milei cómo pensaba gobernar sin apoyo en el Congreso. Milei volvió a referirse a Moisés, un personaje central en el surgimiento del judaísmo y el cristianismo, tal vez las dos religiones más influyentes del mundo occidental. En idioma hebreo, Moisés se traduce como Moshé.
“Mirá, Moshé era el hijo del faraón. Podría haberse quedado en el Palacio. Y hubiera tenido una vida comodísima. No solo eso: desde ese lugar de poder, Moshé podría haber buscado la manera de liberar a su pueblo. Pero decidió no tener nada que ver con el poder. Se fue del Palacio y lideró a su pueblo hacia la libertad”.
-Vos sentís que en algún lugar sos comparable a Moisés—le preguntó el colega.
Milei estaba muy emocionado.
Casi lagrimeando, respondió.
-No, no…eso me queda grande.
Moisés es el protagonista de uno de los grandes relatos bíblicos. Su aventura, realmente, es apasionante. Cuando era un bebé, fue abandonado por su familia en una cesta: de allí reciben el nombre de “moisés” las pequeñas cunitas donde duermen los recién nacidos. Fue adoptado por la familia real y educado como un egipcio. Ya de grande, descubriría que, en realidad, era judío y se propondría liberar a su pueblo, esclavizado por el faraón. En ese punto las cosas se pusieron cruentas. El faraón se negaba a dejar salir a los judíos, y Dios le envió las famosas siete plagas: entre ellas, dispuso la muerte de todos los primogénitos. El faraón entonces cedió. Moisés y su pueblo, entonces, iniciaron la travesía. Pero, en el medio, el faraón se arrepintió. Cuando su ejército estaba a punto de alcanzar a los prófugos, Moisés guió a su gente a través del Mar Rojo. Las aguas bajaron, los judíos cruzaron. Cuando las tropas egipcias se disponían a seguirlos, el mar los ahogó. Eso fue solo el comienzo de la aventura. La travesía por el desierto duró cuarenta años. Hubo gente que murió agotada por la sed y el cansancio, rebeliones que fueron sojuzgadas a sangre y fuego, focos de escepticismo. El propio Moisés murió en el desierto luego de entregar a su gente las tablas de la ley. Pero finalmente, el pueblo se liberó y llegó a la tierra prometida.
Nada, como se ve, se logra sin sacrificio.
Así que no es nada exagerado decir que el plan de ajuste anunciado el martes, al menos en la mirada de quien lidera este proceso, es algo más que un plan de ajuste. Tiene, en el corazón de su planteo, un aspecto redentorio: una sociedad de esclavos debe liberarse y, para eso, deberá atravesar momentos muy difíciles. No se trata solo de ajustar las cuentas sino de un cambio de valores muy profundos. O así lo explica, al menos, el Presidente. En ese proceso habrá disgustos, dolor, sacrificio, gente que muera de cansancio, rebeliones y escepticismo. Pero todo eso, al final de la historia, será compensado por la liberación. Esta vez, finalmente, las heridas servirán para algo. No se trata de una caricatura sino de un rasgo muy perceptible y novedoso. Todo el recorrido de Milei hacia el poder está regado por esa idea: la liberación de los esclavos. En medio de la pandemia, por ejemplo, hizo un acto en Villa Devoto. Le gritaron algo. El se sacó el barbijo y respondió:
-Ya te vas a liberar, esclavo.
Sobre el final de la semana, Milei se comunicó con su pueblo mediante un video casero, con una estética más parecida a la de un líder en la clandestinidad que a un presidente tradicional. Explicó que la inflación viaja “al uno por ciento diario”, que eso quiere decir que “la inflación está viajando al 3678 por ciento anual” y que su máxima prioridad es terminar con la “hiperinflación”. “De ahí que hicimos un programa hiperortodoxo con un fuerte ajuste fiscal, para llevar el déficit financiero a cero”, continuó. Milei celebró que se redujo la brecha, bajaron la tasa de interés y el riesgo país y “además el Banco Central está comprando dólares”.
Finalmente, el libertario auguró: “Estamos haciendo un esfuerzo enorme, donde el sesenta por ciento del mismo recae en la política y cuarenta en el sector privado. Pero todo lo que cae en el sector privado es transitorio. Con lo cual, de acá para adelante, una vez que reacomodemos la economía, vamos a empezar a eliminar todas esas cosas que a los liberales libertarios no nos gustan”.
Esa pequeña pieza tiene varios recovecos. En principio, hay una ausencia: mucha gente va a sufrir, como él mismo lo ha dicho, por estas medidas. Especialmente de la clase media para abajo. En esos dos minutos no hubo ninguna referencia a ellos, como si no estuvieran en el campo visual del Líder.
Los números del Presidente, además, son insondables. La alta inflación de noviembre fue del 12 por ciento. ¿Por qué dice que ahora va al uno por ciento diario? ¿Son efectos de lo anterior o de las medidas actuales? ¿De qué manera se relacionan el 3 mil y pico por ciento de inflación del viernes con el 15 mil por ciento del domingo? Las cosas se ponen más complicadas aún cuando se incluye un tuit del mismo presidente redactado ayer: “La inflación está viajando al 7.550% anual… en mi barrio a eso le llaman hiperinflación…”. Uno por ciento por día. 3678 por ciento por año. O 7550. O 15000. Es para perderse.
Por otra parte, es cierto que la brecha se cerró. Eso puede ser una señal de confianza o tal vez otra cuestión. Ante una devaluación muy superior a la esperada, alguna gente puede interpretar que el dólar casi no va a subir en los próximos meses. De hecho, el Gobierno mismo difundió una tablita: el dólar subirá dos por ciento por mes. Entonces, esa gente puede ver una oportunidad: vende dólares y pone los pesos a una tasa de interés que, si bien es más baja que la inflación, es mucho más alta que el rendimiento del dólar quieto. Eso se llama carry trade. Es una especialidad muy conocida del ministro de Economía. Las veces que se implementó generó una ilusión óptica durante un tiempo y se sabe cómo terminó.
Luego, hay un relato que va transformándose a un ritmo veloz. Primer paso: “Solo la política pagará el ajuste”. Luego: “Solo el Estado pagará el ajuste”. Después: “El ajuste caerá casi exclusivamente sobre el Estado”. Ese “casi”, en el discurso inaugural, fue toda una definición. Ahora: “El ajuste recae el 60 por ciento sobre el Estado y solo el cuarenta sobre el sector privado. Pero lo del sector privado es reversible”. En los comienzos de un mandato, nadie mira mucho estas pequeñeces. Lo importante es que funcione. Es muy comprensible. Si las promesas no se cumplen, tarde o temprano se recuerdan.
¿Funcionará? Moisés no podía saber si finalmente su pueblo llegaría a la Tierra Prometida. Pero no había manera de evitarlo. Lanzarse al desierto era un acto de arrojo, tanto como lo que ocurre hoy: la alternativa era la esclavitud. Por lo pronto, algunos colegas del Presidente están sorprendidos por la dureza, y la falta de compensaciones, de las medidas elegidas. Carlos Melconian advirtió que, a diferencia de todos los planes de estabilización exitosos, aquí nadie ha tenido en cuenta los salarios reales y que eso ocasionará más dolor que el necesario. Otros economistas, como Gabriel Rubinstein, alter ego de Sergio Massa, respaldó la dirección elegida. “La devaluación y el ajuste eran inevitables”.
Empresarios muy influyentes, como Paolo Rocca, han respaldado al Presidente, mientras advertían que sería necesario, dada la dureza de los tiempos que vienen, atender a los caídos. Y, por lo que se puede percibir en los testimonios que toman los medios, y en las primeras encuestas, hay una mayoría con la ilusión de que esta vez, sí, será verdad: la luz vencerá a la oscuridad.
Mientras tanto, en las cercanías del Líder, se escuchan algunas cosas extrañas. El diputado José Luis Espert estuvo el miércoles en la Casa Rosada. El jueves recurrió a una expresión muy sintética para explicar lo que les espera a quienes protesten: “Cárcel o bala”. Sutil.
Nicolás Marquez es un amigo de Milei que fue invitado a su asunción. Coautor, entre otros textos, de El libro Negro de la Nueva Izquierda, Marquez escribió esta semana: “Ajuste salvaje. Baja de impuestos. Privatizar. Desreguĺar. Fin de la emisión. Represión al desobediente. Habrá pobreza, desempleo, hambre. De mantenerse esto, en 3 años aflorará la prosperidad, bienestar y gran despegue”. También aclaró, frente a las críticas de otras personas respecto del vínculo de Milei con la religión judía: “Soy Católico. Sin sangre judía. Nunca entré a una sinagoga, no conozco Israel y tampoco sus tradiciones. Luego, considero que el antisemitismo es un complejo de inferioridad. Porque si creo que una raza ínfima poblacional ‘controla el mundo’, estoy reconociendo que son superiores (sic)”.
En la caravana que atraviesa el desierto, como se ve, hay de todo.
Mientras tanto, el viernes, antes de la salida de la primera estrella, el Presidente insistió:
“Encendamos la luz de la Argentina que comienza a despertar”.
No es extraño que algunos de los mejores periodistas del mundo anden en estos días por Buenos Aires
Fuente; Perfil