Sólo un ciudadano lituano o un islandés desprevenido podrían haberse sorprendido por el paisaje de la política argentina de la última semana. El Gobierno de Javier Milei, ingresando en sus 50 días de vida, empieza a certificar una presunción que deviene de su origen: la de una formación nueva, aún distante de las exigencias y negruras de la gestión del Estado. El retroceso con el paquete fiscal de la “Ley Omnibus” es un ejemplo elocuente. Hay un agravante: se auto inflige mini crisis. Eso fue el despido del ministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro, condenado por divulgar una frase que había anticipado el presidente. O por sus roces con el enigmático Nicolás Posee, jefe de Gabinete. En paralelo, una oposición que apuesta a la gobernabilidad (PRO, radicalismo y Hacemos Coalición Federal) pero denuncia problemas de liderazgo.
Otro trazo de aquella acuarela nacional fue aportado por la Confederación General del Trabajo (CGT). Realizó una huelga nacional y una masiva movilización que en su insustancialidad dejó como recuerdo una frase de Pablo Moyano, “El Salvaje”. Propuso que a Luis Caputo, el ministro de Economía, habría que llevarlo en andas -como exageró Milei- aunque para arrojarlo al Riachuelo. Después se corrigió. Aclaró que había sido una frase metabólica (sic). Metafórica, habrá querido decir.
Como broche de aquella obra, el kirchnerismo se dedica solo a hacer oposición intransigente, como la izquierda, a la espera de la primera caída del Presidente con la “Ley Omnibus”. Repara en el recorrido de estos 40 años de democracia. Demuestran que los mandobles que sufrieron en el Congreso muchos gobiernos, sobre todo no peronistas, derivaron en consecuencias casi siempre irreparables.
Vale recordar la Ley Mucci de reforma sindical que Raúl Alfonsín vió naufragar en 1984. Selló su enemistad con el sindicalismo peronista que, luego de su reunificación, realizó 13 paros nacionales liderados por Saúl Ubaldini. Fernando de la Rúa, en su recta final, sufrió de parte del PJ el despojo de la presidencia Provisional del Senado. La línea sucesoria. Renunció en la mitad de su mandato. Algo similar padecieron Cristina y Néstor Kirchner en 2008 con la resolución 125 que le valió hasta hoy el divorcio con el sector agropecuario. No se fueron antes porque el peronismo los blindó y terminaron completando un ciclo de cuatro mandatos. El último ejemplo cabe a Mauricio Macri: su cambio en el sistema previsional fue combatido salvajemente por el kirchnerismo en la calle y en el parlamento. A duras penas redondeó los cuatro años de poder.
El amateurismo por encima de una estrategia que muestra ahora el Gobierno alimentaría aquellas conjeturas. Milei se enfrascó en una pelea pequeña con la medida de fuerza cegetista. Forzó un dictamen de mayoría por la “Ley Omnibus” con 55 votos, aunque con 34 en disidencia. Una verdadera inmolación si ese texto hubiera llegado al recinto en Diputados. Maquinó el posible debate para el jueves, viernes y sábado. Inútil. Pretende con la última decisión adoptada que se sesione el martes próximo. Las dudas continúan.
De la misma manera se comportó con los gobernadores. Ninguno de los 24 en el país es libertario. Desató una presión asfixiante sobre ellos para que convalidaran medidas fiscales de fuerte impacto en las economías provinciales. Entre un manojo, verdaderamente, al ministro de Economía le importan dos cosas: las retenciones y el mecanismo para compensar jubilaciones que venían destruidas y profundizaron su deterioro con el espiral inflacionario. Se trata de asuntos que impactan en el déficit fiscal que Caputo prometió llevar a cero para sostener el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Para intentar evitar aquella derrota que el kirchnerismo degusta Milei, rumiando bronca, aceptó el retroceso. Sorteó la puesta en escena. No ocultó el traspié político objetivo que encierra el paso atrás. Se abrirían a partir de ahora tres interrogantes. Cómo será interpretado el gesto en los mercados y por el organismo financiero. Cómo podrá continuar la negociación con los bloques opositores dispuestos a colaborar. Qué representará para una gobernabilidad que necesita mucha fortaleza.
Hacemos Coalición Federal, de Miguel Angel Pichetto, había dado por concluido todo diálogo luego de una maniobra turbia que el oficialismo ensayó con el dictamen de apuro. Propuso que los libertarios acepten una coalición parlamentaria permanente si desean tener éxito. En el radicalismo las fricciones son cada vez más frecuentes. El PRO se mantiene unido y enhiesto. Quizás a la espera de ser la reserva de oxigeno que, no pocos suponen, requerirá la administración de Milei.
Habría que detenerse en dos funcionarios. Uno es Santiago Caputo, mano derecha del Presidente, casi a la par de Karina, su hermana. Aquel joven se metió en las negociaciones por encima de Martín Menem, el titular de la Cámara de Diputados, y Guillermo Francos, el ministro del Interior. Logró activar el dictamen, pero parece obsesionado por las cosas que se dicen antes que las que se estampan en el papel. “Es el camporista libertario”, lo motean ya muchos opositores debido a la preponderancia que concede al relato.
Otro actor central es “Toto” Caputo. Robustecido por haber absorbido Infraestructura tras la partida de Ferraro. El ministro de Economía se mueve en dos planos. Es el responsable de estrechar el déficit fiscal que, según su mirada y la del Presidente, serán determinantes para el descenso de la inflación. El dilema para el ministro de Economía es cuando Milei, Karina y Caputo, el joven, lo fuerzan a incursionar en el campo político. Por esa escuela nunca ha pasado. El apriete a los gobernadores que rechazan las retenciones, amenazándolos con la miseria, le salió mal. Parece no haber advertido que el megaproyecto oficialista carece siquiera de un incentivo capaz de despertar expectativa social en medio de la crisis: no hay referencia a la política de ingresos.
Sobre esas debilidades oficiales han comenzado a trabajar fuerte el kirchnerismo y los sindicatos peronistas. El protagonismo de ambos podría, quizás, convertirse en un favor circunstancial y valorable para el Gobierno. La CGT, por ejemplo, dejó al desnudo sus límites. El primero, que forma parte del debate interno, cómo continuar después de la huelga prematura. El segundo: si sus principales pensadores son Héctor Daer y el clan Moyano debería meditar algún recambio.
Hay otras cuestiones para ellos que resultan estructurales. Una tiene que ver con la representación en el siglo XXI. Los “gordos cegetistas” alardean su defensa de los derechos de los trabajadores. En la Argentina decadente se verifican sólo 6 millones que están en la formalidad. Ocho millones se mueven en la informalidad. Esa realidad se relaciona con la característica que tuvo la medida de fuerza.
Hubo movilizaciones en todo el país. El cese de actividades resultó pobre. Añoranzas sobre lo que conseguía en su época Ubaldini. Se pueden mencionar ejemplos, entre muchísimos: la feria La Salada, en Lomas de Zamora, corazón del conurbano, fue el miércoles una verdadera romería. Lo mismo sucedió con los complejos feriales en Punta Mogotes, Mar del Plata. En general, concentraciones de trabajadores informales.
Tal dualidad abrió una fisura entre kirchneristas y peronistas. Los gobernadores y los intendentes del conurbano tomaron distancia de la propuesta de la CGT. Máximo Kirchner, titular formal del partido en Buenos Aires, salió del sarcófago y apareció tímidamente en las calles del Congreso. Axel Kicillof se vio obligado a asumir mayor protagonismo porque simboliza, quiera o no, la resistencia K a La Libertad Avanza. Pero le pesan públicamente demasiadas deudas de las cuales prefiere no hablar. La inseguridad es un flagelo: hubo en Buenos Aires una docena de crímenes en los últimos 10 días. El más desgarrador resultó el de Uma, una niña de 9 años, hija de un agente de la custodia de Bullrich, la ministra de Seguridad. El mandatario habló una sola vez de la tragedia y estuvo cerca de mimetizarse con la palabra oficial: subrayó que los delincuentes “la tienen que pagar”.
Todo el proceso de negociación por la “Ley Omnibus” y el DNU estaría sometiendo a Milei a un desgaste temprano e innecesario. La teoría del shock para enfrentar la tremenda crisis económica resultó entendible. La dificultad fue que esa prioridad se mezcló con infinidad de temas sin urgencia que entorpecieron el diálogo con la oposición que colabora. De colofón, ninguno de los recursos judiciales del Gobierno por los amparos sindicales a raíz de la reforma laboral del DNU recibió fallos favorables.
El kirchnerismo y la CGT se detienen en esos enredos. En la medida que el Gobierno no consiga escapar a ese estado de cosas la economía se continuará agravando. El tema nodal es la inflación. Una de las dos razones –la otra fue el hastío social con los K—por las cuales Milei irrumpió del modo en que lo hizo. Ese 56% del balotaje es la mayor fortaleza presidencial. Un tercio del total lo trajo de las PASO y de octubre. Luego llegó el aluvión. La consultora Poliarquía registra una merma que se acerca a dos dígitos en la consideración del líder libertario.
Sobre aquel panorama de preocupaciones van aflorando otras. Viene un tiempo, febrero y marzo, que estarán signados por los aumentos de servicios, transporte, escuelas y medicina prepaga. Suceden cosas extrañas. El Gobierno realiza las audiencias públicas por las tarifas de manera virtual. Herencia de la pandemia. En la de gas, por caso, no participó más de un centenar de personas. El PJ y el kirchnerismo no enviaron ningún representante. Especulan que cada golpe al bolsillo representará una pérdida de capital político para Milei.
¿Qué habría detrás de aquella especulación?. Misterio. Nada tranquilizador.
Leona Fowler
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