Mucho se ha venido hablando desde la irrupción y crecimiento de Javier Milei en la escena política sobre la posibilidad de que la Argentina ingrese en un tiempo inédito. Una geografía desconocida en los 40 años de democracia. La puerta empezó a abrirse después de la segunda semana de gobierno de La Libertad Avanza.
El Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) del Presidente con 366 artículos representa el intento de cambio más profundo del sistema económico que se haya conocido en el país en más de 50 años. Sin distinción de gobiernos militares o civiles. Queda por delante un gigantesco desafío que, en algún punto, podría incluir una advertencia: descubrir si aquel ensayo de transformación de la economía sería factible dentro del formato democrático conocido hasta ahora.
La duda resulta válida si se repara en ciertas cosas. Milei se impuso de manera rotunda e incuestionable en el balotaje (56% de los votos). Enfrente quedó un 44% que se mostró fiel a la continuidad de una expresión política que ha tenido un ciclo de 16 años. Sus últimos cuatro, con la conducción de Cristina y Alberto Fernández, fueron en términos económico-sociales, una auténtica calamidad. Acentuada por la corrupción inherente a la matriz kirchnerista.
Aquel segmento de la sociedad ha mostrado históricamente tres características. La intensidad y empeño para participar en la vida pública; el anclaje en la estructura del Estado; la pertenencia a una cosmovisión corporativa y antiliberal del funcionamiento del sistema democrático. En ese continente confluye objetivamente el kirchnerismo con la izquierda.
Tal fotografía y la larga decadencia argentina explicarían como pocas cosas el fenómeno político de un economista que, sin partido y sin trayectoria, terminó arreando votos peronistas y a casi todo el arco opositor para doblegar la hegemonía kirchnerista. Desde aquella atalaya podrían observarse muchas de las p vividas en los quince últimos días.
Llama la atención el nivel de la audacia presidencial. Tanta que valdría interpelarse si, en verdad, no se trata de un sonoro golpe inicial sobre la mesa para abordar luego negociaciones desde una posición de fuerza. Su avance supera con creces aquella recordada maniobra de Carlos Menem. Hizo campaña en nombre de la revolución productiva y terminó ejecutando una controvertida reforma del Estado. Lo salvó el éxito paralelo de la convertibilidad que mató por largo tiempo la inflación y sedujo a una mayoría de los argentinos.
El ex mandatario riojano realizó aquel abordaje después de un acuerdo previo con Raúl Alfonsín que le permitió contar desde el principio con herramientas clave para su plan: la Ley de Emergencia y la Reforma del Estado. Ambas sancionadas por el Congreso. Milei, en cambio, debe esperar la suerte que tenga el DNU en la Comisión Bicameral. Nunca es bueno perderlo de vista: los libertarios cuentan con 38 diputados y 7 senadores. Su poder de fuego parlamentario.
La ciclotimia institucional de la Argentina pareciera estar de regreso. Desde todos los rincones opositores de la política se reclama, con razón, la necesidad de que el DNU de Milei cumpla con los estándares básicos de constitucionalidad. Aquella Bicameral estuvo prácticamente paralizada en los últimos cuatro años. Nadie reparó en el centenar de decretos de Alberto que quedaron sin tratamiento.
La primera discusión consistiría en el requisito de justificar su Necesidad y su Urgencia. Discusión que una senadora de Juntos por el Cambio se encargó de sumergir en el realismo. “Si se aplicara con rigor ese criterio me animaría a decir que desde su existencia, con la reforma de 1994, el único decreto que cumplió con aquellas exigencias fue el de Alberto cuando estalló la pandemia”, sinceró. Con respecto a la Justicia, la batalla se va insinuando de a poco. Claudio Lozano, de Unión Popular, integrante de Unión por la Patria, y el sindicalista Hugo “Cachorro” Godoy, de ATE, presentaron el primer amparo contra el DNU. Un juez ya aceptó tratarlo. La Confederación General del Trabajo (CGT) hará lo propio luego de marchar el miércoles frente a Tribunales. La idea de un paro nacional fue aplazada –se verá hasta cuándo– por razones varias.
Pudo haber influido en la determinación el diálogo que el ministro del Interior, Guillermo Francos, mantuvo con el titular de la UOCRA, Gerardo Martínez. Pesó el pensamiento de no consumir en un solo gesto una estrategia de confrontación con el Gobierno que se ha iniciado pero tiene un epílogo incierto. Habría algo más: Milei pretende colocar en la primera línea de la escena opositora a “los Gordos” y el kirchnerismo. Una manera de evocar el pasado reciente y revivir el eslogan de “continuidad o cambio” que lo empinó en el poder.
En ese pliegue empezaría a asomar un doble juego o una contradicción en el Gobierno. El Presidente y alguno de sus ministros, sobre todo Patricia Bullrich, disfrutan del espadeo público con sus adversarios. Sin dejar resquicio para otra cosa que no sea una colisión. Francos suele matizar la uniformidad repitiendo que el oficialismo está dispuesto “a dialogar con todos”. En algún momento se le descubrirá la pata a la sota.
La hoja de ruta, mientras tanto, la va imponiendo Milei. “La casta” continúa siendo el blanco de sus dardos. Alrededor de ella y de figuras menos conocidas el Presidente pretendería forjar el perfil de un liderazgo nuevo. Distante de la clase política que condujo los últimos 40 años de democracia. La hechicería tiene sus límites. Hubo símbolos en las últimas dos semanas que podrían reponer un viejo dilema del sistema argentino: la delgada línea que suele dividir siempre el presidencialismo genuino del personalismo.
El Presidente habló en su acto de asunción delante de una multitud, de espaldas al Congreso. Apareció en la votación de Boca Juniors en un explícito apoyo al finalmente derrotado Mauricio Macri. Irrumpió en la tragedia de Bahía Blanca con traje de fajina. Grabó su mensaje para anunciar el DNU rodeado por su equipo de ministros. Símil del jefe con su tropa. Juntó a los gobernadores a los cuales supo escuchar con paciencia. Replicó sin despilfarro de palabras. Se trasladó hasta la sede de la Policía Federal para monitorear, junto a Bullrich, el operativo inaugural anti piquetes. En todos los casos, como centro de gravedad político inconfundible de la escena.
Desde allí pretendería también abordar un conflicto que tuvo su bautismo en 1996. Se convirtió en un ejercicio casi cotidiano a partir de la crisis del 2001: los piquetes, los cortes de calles y rutas. El orden, en definitiva. Otra de las demandas, junto a la economía, que lo terminaron consagrando.
En ese plano también se ha propuesto metas ambiciosas. El primer aparatoso operativo policial se concretó para neutralizar una movilización del Polo Obrero y la izquierda que no juntó más de 8 mil personas. Hicieron punta ante la observación de los movimientos sociales y el kirchnerismo. Tanta inversión recibió rédito parcial: algunas calles fueron bloqueadas en ese momento; otras durante los cacerolazos de protesta que se encadenaron con la divulgación del DNU.
Todas aquellas son peleas recién iniciadas. Atravesarán con seguridad el verano, donde el Gobierno espera sus tiempos más oscuros. El ajuste tendrá constancia en los aumentos de las tarifas y la inflación galopante. Imprimirían en el primer trimestre billetes de hasta $ 50 mil. Esa certeza, tal vez, es la que activó a dos puntas las relaciones exteriores de Milei. Estados Unidos, con la visita del subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro, Jay Shambaugh. Y China, con la rápida designación del diplomático Marcelo Suárez Salvia como embajador en Beijing.
En ambos movimientos se destapa una intención. La de algún socorro financiero cercano para un país