Hay diputados a los que les gusta jugar con el peligro. Al menos tres de ellos, en esas largas horas de desasosiego que transcurrían cuando la Ley Ómnibus parecía naufragar y las presentaciones en el recinto daban lugar a elucubraciones en los despachos, coincidieron en que Javier Milei ha empezado a construir su propio cataclismo. Se trata de dirigentes moldeados durante décadas en la política tradicional. Ven en el Presidente una conjura de males: un hombre con una vena absolutista, sin cintura, inestable, que prescinde de interlocutores reales y que no está dispuesto a negociar un pacto de gobernabilidad, pese al feroz plan de ajuste de la economía que puso en marcha. “Así no llega al final del mandato”, es la frase.
En aquellas tertulias, cuando las cámaras no tomaban sus caras, las tensiones se aflojaban y las conversaciones se volvían descarnadas, los legisladores hicieron una apuesta sobre su estadía en el poder. Uno de ellos, incluso, arriesgó una fecha: “Si Milei llega a junio me retiro de la política”.
El dato se filtró entre algunos asesores y uno de ellos lo habría transmitido con esta frase a la cima de la Casa Rosada: “Sepan que están negociando con este tipo de gente”. Transitaba uno de los momentos más dramáticos de las deliberaciones por los cambios de la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de la Argentina. Milei y su círculo chico, que es realmente mínimo, se plantaron: “Si nos siguen queriendo bajar artículos, volteamos la ley nosotros mismos”
El Gobierno creía haber cedido demasiado, ya el 26 de enero, cuando, inesperadamente, bajó el capítulo fiscal. Lo pensó como la concesión final. Pero no: vinieron más modificaciones.
El proyecto original se presentó el 27 de diciembre del año pasado, en nombre de -decía el texto introductorio- “La revolución de mayo de 1810”. Tenía 644 artículos. Este viernes, pasadas las seis de la tarde, obtuvo media sanción en general, luego de tres días de sesiones. Quedó en 363.
Quienes defendían los intereses del oficialismo durante el debate contaban con un mandato: no podían quitarse las facultades delegadas ni la reforma del Estado y no debían caerse ni la mayoría de las desregulaciones ni buena parte de las privatizaciones de las empresas públicas. “Si nos vienen a pedir por Aerolíneas Argentina, nos levantamos y nos vamos. No es negociable”, fue una de las consignas.
Los dirigentes que se mueven a la sombra de Milei dicen algo más, para resaltar su primera victoria en el Congreso: que tomaron mucho de la experiencia de Mauricio Macri y de Cambiemos. “Ellos mandaban el proyecto que creían posible sacar, no el que querían, y después les aprobaban la mitad de eso que mandaban. Nosotros mandamos todo y negociamos a partir de ese todo”.
Los acuerdos parlamentarios que se tejían en el despacho de Martín Menem chocaban a menudo con la intransigencia del jefe de Estado. “Avanzábamos en una cosa con Menem y después nos salían con otra”, dice un diputado del bloque Hacemos Coalición Federal. La queja es recurrente: “El gobierno no tiene interlocutores”. En Balcarce 50 contestan: “Lo que no tienen son interlocutores para el toma y daca”. Esas mismas voces admiten: “Nos dicen que no hacemos política y tienen razón”.
Detrás de escena, los opositores se preguntan qué es, de verdad, lo que pretende Milei. Por momentos, se sienten desconcertados; en otros, amenazados. Algunos tienen activado el servicio de notificaciones de Twitter para enterarse al instante de lo que tuitea el Presidente. Temen una estocada cuando postea o retuitea. En algunas jornadas Milei les dio RT a mensajes agresivos dirigidos a legisladores con los que, se supone, tienen que conversar sus espadas parlamentarias. Menem recibió continuos reproches de sus pares. El presidente de la Cámara de Diputados no la pasó bien. Recibía reclamos propios y ajenos. Menem es educado, agradable en la charla, pero parecería no alcanzarle o no alcanzarle del todo para nadar en ese mar de tiburones.
Cuando la negociación asomaba estancada, y Menem intentaba esquivar aquellos sables de uno y otro lado, en el Congreso apareció, de modo discreto, Santiago Caputo. No una, sino varias veces. Muchos opositores duros que habitan esos pasillos desde los tiempos en que Caputo cursaba la secundaria lo miraron con desdén. Pero entablaron diálogo para encarrilar la discusión. Los legisladores del PRO, que conocen a Caputo de cuando trabajaba con Jaime Durán Barba, ayudaron a abrir puertas.
Fue la presentación en sociedad del gurú de la campaña, el arquitecto -según Milei- del éxito electoral. Es una de las tres personas clave del círculo mileísta. Los otros son Nicolás Posse, el jefe de Gabinete, y Karina Milei, la secretaria general de la Presidencia. Quien se enfrente con ellos, es probable que se tenga que ir del Gobierno o que quede marginado. Esta semana, el viernes, le tocó a Eduardo Serenellini, el secretario de Medios, que se enteró por el Boletín Oficial de que le reducían su poder. Karina no toleró sus aires; Javier, por ahora, lo sostiene.
¿Y Milei? El primer mandatario se mantuvo on line, chateó con legisladores y con algún gobernador, pero no se metió demasiado. “Su obsesión es la economía”, confían a su lado. Milei trabaja en el levantamiento del cepo cambiario. Dicen que apunta a abril o mayo o que será, a más tardar, en junio. En charlas reservadas ha dicho que el campo liquidará 30 mil millones de dólares en los próximos meses y que el Banco Central podría comprar unos 10 mil millones que se sumarían a los 6.300 que adquirió desde el 13 de diciembre.
Si eso ocurriera, el Gobierno tendría un logro para exhibir. Pero para la meta falta una eternidad y la economía cruje. El ajuste augura una recesión fuerte: el FMI acaba de decir que la caída este año será del 2,8%. La inflación tampoco da tregua, aunque en el Ejecutivo sostienen que será menor de la esperada en enero. Aun así, nadie descarta que pueda venir otra devaluación. Domingo Cavallo pidió evitarla para que no salten de nuevo los precios.
La información del Gobierno se sigue concentrando en pocas manos y los voceros de la gestión son escasos. Es otra de las críticas recurrentes que formulan, incluso, quienes trabajan para que a la actual administración le vaya bien. Posse no habla, Karina tampoco; Santiago Caputo, menos. Y Luis Caputo, el poderoso ministro de Economía, solo lo hace cuando no le queda otra. El que más pone la cara es Manuel Adorni. Suena a poco. Quizá Guillermo Francos haya pensado en la incoporación de Daniel Scioli como secretario de Turismo, Ambiente y Deportes, también, con ese foco. ¿Cómo quedarían Cristina y el kirchnerismo si Scioli saliera a defender la gestión de Milei?
“Hoy en los medios es todo Javier. Estamos eclipsados por su figura”, reconocen en el Gabinete. Milei acuerda él mismo las entrevistas o se confiesa en off ante periodistas que conoce desde hace mucho.
A veces también tiene giros impensados. Hace unos días, por ejemplo, mantuvo una charla telefónica con un periodista de un medio muy crítico con él. Era la primera vez que hablaban. La sorpresa de su interlocutor fue tal que llegó a preguntar: “¿Pero usted sabe cómo pienso, Presidente?”. Milei respondió: “Sí, perfectamente”.