Esta historia es una buena referencia para comprender los riesgos de una regulación excesiva. Cuando la misma busca minimizar los riesgos de forma preventiva, puede terminar asfixiando la actividad económica incluso antes de que ésta arranque. Los costos son inconmensurables. Parece ser más atinado el enfoque de Musk: permitir la libertad de acción y, si surge un problema, resolverlo. Pero solo entonces.
¿Por qué un productor agrícola solo puede asegurar su cosecha con un contrato determinado estrictamente por el Estado?
Tomemos el matrimonio como ejemplo. Es, sin duda, el contrato más riesgoso que firmamos en nuestras vidas. Su resultado es incierto y apostamos nuestro capital en él. Sin embargo, consideramos que una de las mayores conquistas logradas en los últimos años es la ampliación de nuestras libertades para elegir. ¿Qué derecho tenía antes el Estado de determinar el sexo de la persona con la querrías tener una relación? Los actos privados son justamente eso, privados, y el Estado no debería meterse. ¡Viva la libertad de relacionarte y casarte con quién quieras!
Imaginemos ahora un esquema alternativo y delirante. En este mundo irreal, las personas solo podrían casarse con personas inscriptas en un registro oficial de novias y novios. Además, solo podrían hacerlo después de contratar a un “productor de matrimonios”, que realiza los contactos necesarios y está autorizado por el Estado (casarse es cosa seria…). Y finalmente, si se forma una pareja, ésta deberá vivir de acuerdo con un contrato aprobado por el Estado que estipula las obligaciones de cada miembro de la pareja, etc.
Este sistema nos parecería un absurdo y una intromisión delirante en la privacidad de las personas. Estoy seguro de que, en general, compartimos un rechazo unánime hacia algo semejante. Sin embargo, y a esto quería llegar, lo que a menudo no percibimos es que sí aceptamos un esquema similarmente perverso en muchas relaciones económicas.
Ahora tomemos el ejemplo del productor agrícola que quiere asegurar su cosecha. (Acá no se trata de escribir un contrato con riesgo, sino ¡para reducir el riesgo!) Sin embargo, debe hacerlo exclusivamente con empresas registradas por el Estado. Además, debe utilizar los servicios de un productor de seguros aprobado por Estado, y solo puede hacerlo mediante un contrato estrictamente determinado por el Estado. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué? ¿Por qué no dejar que las partes libremente elijan el contrato y con quién firmarlo? De última, se trata de un contrato mucho menos riesgoso que el matrimonio. Nuestra legislación está perversamente saturada de este tipo de restricciones, las mismas que volvían loco a Elon Musk y que tuvo que ignorar para poder construir una industria aeroespacial exitosa.
Existe una tendencia natural del ser humano a buscar previsibilidad y seguridad, casi como un instinto biológico. Esta tendencia nos lleva a reaccionar con naturalidad y aceptación ante cualquier intervención que prometa previsibilidad y reducción de riesgos. Ese condicionante nos inclina favorablemente hacia esquemas regulatorios pesados, hasta que su carga se vuelve insoportable y solo entonces reaccionamos, como ilustra el caso del matrimonio.
Dicha tendencia también se refleja en el marcado ADN militar presente en nuestra legislación. Un claro ejemplo de ello son las leyes aerocomerciales. Al revisarlas, resulta evidente que el espacio aéreo es percibido no como un espacio comercial, sino como uno militar. La principal preocupación de sus autores parece haber sido prevenir que cazas brasileños pudieran bombardear Buenos Aires. Así, las restricciones y costos para operar en este ámbito se asimilan a los que Elon Musk encontró en la industria espacial: nada se puede hacer sin un control previo y exhaustivo por parte de las autoridades. Este enfoque se extiende a áreas tan diversas como el transporte, el turismo, las comunicaciones, la cultura, la navegación, los recursos naturales, etc.
Además, no hay que subestimar dos factores adicionales que influyen en el marco regulatorio: la corrupción y los intereses particulares de la burocracia. La corrupción se manifiesta de dos maneras: la ilícita y la lícita. La corrupción ilícita se relaciona con la creación de ‘peajes’ para la prosecución de trámites. Por eso muchas leyes kirchneristas tienen la misma estructura lógica: prohíben una actividad (sí, prohíben) a menos que estés inscripto en un registro (a menudo inútil, por cierto), estableciendo así una autoridad de aplicación del registro y un marco sancionatorio. ¡Bingo! El sistema de corrupción queda armado. Porque de lo que se trata es de crear obstáculos para poder luego ofrecer soluciones. Por otro lado, la corrupción legal tiene nombre y apellido en nuestra legislación: se llama “asignación específica” o “fideicomiso” y consiste en reservar ciertos recursos en una cajita para destinarlos a gastos particulares. Una ‘caja’, pero legal. Esto conduce a una fragmentación del presupuesto en múltiples ‘cajas’ protegidas, impidiendo una evaluación efectiva por parte del Congreso de las prioridades en la asignación de recursos.
Hay dos factores que influyen en el marco regulatorio: la corrupción y los intereses particulares de la burocracia
Es esencial revisar todo este lastre y adoptar el enfoque Elon Musk en materia de regulación. Esto significa liberar la actividad económica a la creatividad individual, interviniendo si surge un problema, pero sin tratar de curar un cuerpo sano. Esto requiere un amplio programa de ‘descontaminación legislativa’, desregulando industrias enteras donde la regulación no es necesaria y no debería existir. Paralelamente, es crucial un saneamiento del presupuesto público, desarmando las asignaciones especificas e imponiendo una fuerte regla fiscal. Aquí, la ley 24.156 de Administración Financiera es una herramienta útil. Según ella, cuando el Congreso no acuerda un presupuesto de un año a otro, rige el del año anterior con un solo condicionante: el pago de las obligaciones de deuda (art. 27). Los demás gastos se dividen en esenciales y no esenciales, y se honran solo los esenciales. Esta norma debería extenderse al presupuesto anual, implementando una suerte de shut down al estilo estadounidense. Pero no como una manera fácil de equilibrar el presupuesto, sino para que el Congreso asuma la responsabilidad de producir un presupuesto que contemple los recursos necesarios para los gastos que ha determinado. Así se instauraría una regla fiscal lógica y flexible.
Elon Musk fracasó varias veces antes de lograr un éxito. Luego intentó incesantemente aterrizar la primera fase de sus cohetes hasta lograr una versión plenamente reutilizable, siempre con la obsesión extrema de lograrlo con recursos limitados. Llegó la hora de adoptar esas ideas: ser cuidadosos con los gastos y perder el miedo a la innovación, a explorar y a expandir nuestros horizontes. Como decía Churchill: “A lo único que debemos tenerle miedo es al miedo mismo”.
Federico Sturzenegger para Perfil
* Profesor Plenario Universidad de San Andrés y Profesor Visitante Harvard, y HEC, París. Expresidente del Banco Central de la República Argentina.