El debate llegó a su fin y desde sectores partidarios se busca instalar la figura de quien ganó o perdió según la intencionalidad política de quien emita la opinión.
Creemos, -como afirma el politólogo Augusto Reina, director del observatorio de la Universidad de Buenos Aires especializado en el estudio de la opinión pública y uno de los autores del libro Debatir para presidir– que el debate muestra un momento que «más que impacto electoral, tiene un efecto pedagógico y democratizador, horizontaliza la discusión y activa la conversación pública en redes y medios».
Si uno ya ha decidido su voto, un debate televisivo difícilmente lo haga cambiar de decisión, si uno está indeciso puede haberlo ayudado a esclarecer sus dudas, ergo, podrá influir en mayor o menor medida en el electorado, pero jamás en términos deportivos de ganadores y perdedores.
Esbozarlo de esa manera solo desnuda intencionalidad, y en una sociedad hiper-politizada como la Argentina eso ya no corre, ni los dirigentes políticos ni la prensa tienen la fuerza de otrora en influir al electorado.
En definitiva, no hay vencedores ni vencidos, la elección está reñida y el domingo el que decide es el pueblo