Sergio Massa pareció sacar ventaja sobre Javier Milei en un debate que generó expectativa y podría ser decisivo; el libertario estuvo incómodo
Nunca un balotaje se dio en términos tan dramáticos. Y nunca hubo un debate presidencial con tanta expectativa de que podría ser decisivo. Lo confirman los 48 puntos de rating y lo que se vio anoche. Los dos postulantes mostraron que habían practicado (mucho) para afrontarlo. Pero fue Sergio Massa quien pareció sacar ventaja de un enfrentamiento que fue más que dialéctico.
El candidato oficialista desplegó desde el primer bloque temático su ofensiva, con una ensayada compostura, que marcó el ritmo, el tono y el fondo de la discusión en casi todos los planos, incluido el personal. La agenda fue casi toda suya.
Javier Milei, instalado en la defensiva y tratando de manejar tonos y emociones no logró, en cambio, disimular su incomodidad ni desacomodar a su rival en casi ningún pasaje.
El libertario se sometió a responder preguntas y acusaciones antes que a interrogar con incisividad a un adversario que, en su condición de ministro de Economía, además de candidato, ofrecía varios flancos débiles. Como la inflación o el escándalo del espionaje ilegal que acaba de estallar, sobre los que Milei nunca llegó a indagar a fondo.
La capacidad y potencia de impacto de uno y otro resultó asimétrica, especialmente en la primera mitad del debae. La gran pregunta es cómo procesará el electorado ese comienzo tan desigual, que después resultó menos contundente y hasta Milei logró emparejar en algunos tramos.
El eje articulador de la discusión fue el miedo o la mentira, más que otros dilemas, y el candidato oficialista consiguió volcar esa antinomia hacia el lado del temor, cuando no del terror, a lo que podría sobrevenir con Milei en la Casa Rosada.
En el plano de las mentiras, también Massa le disputó ese terreno a su adversario, que usó recurrente la discusión sobre la verdad como ariete, pero sin suficiente éxito o al menos sin provocar derrotas capaces de cambiar el curso del enfrentamiento.
El clímax se alcanzó con el golpe de efecto que dio Massa al instalar que el libertario no estaría en condiciones psicológicas no ya de ser Presidente sino ni siquiera de ser pasante del Banco Central por, presuntamente, no haber superado un examen psicotécnico para un cargo inicial en esa institución. El impacto se potenció al extremo cuando la audiencia advirtió que Milei no lo desmentía.
Se entendió en ese instante porqué desde hace tiempo el ministro-candidato venía instalando en conversaciones privadas y en propuestas púbicas su interés por saber la condición emocional de Milei. Una curiosidad que incluiría hasta la historia clínica de su rival y la posibilidad de que esta se revelarse antes del próximo domingo. No se llegó a ese extremo. No todavía.
Amparado en un presunto interés superior, como sería la necesidad del electorado de saber (nada menos) si un candidato está en condiciones psicológicas de asumir la primera magistratura del país, Massa ni siquiera pareció preocuparse por algunas derivaciones indeseadas de esa revelación. Como la eventual violación del resguardo a la intimidad, sobre todo en l que se refiere a información en poder del Estado.
Lo mismo podría decirse respecto de la acusación de que la familia de Milei tiene inmuebles en Miami. Justo cuando la utilización de datos que deberían gozar de la protección estatal es uno de los temas que domina la agenda pública en estos días. Massa parece seguir impermeabilizado ante el caso de espionaje conocido como Zanchettagate. Su rival se lo facilitó.
Si bien el candidato oficialista ya se había mostrado y se presumía más avezado y solvente en el manejo de la retórica, el resultado desigual del debate no deja de resultar curioso.
Massa, pero también Milei tenían y tienen el escenario final que habían soñado. Por el cual habían trabajado (con mucho éxito) para conseguirlo a lo largo de toda la campaña electoral y con algunas ayudas mutuas. Sin subestimar el aporte invaluable hecho durante todo el proceso por el principal rival de ambos: Juntos por el Cambio, que quedó en el camino.
Se vio en los dos debates presidencial previos a la elección general del 22 de octubre que los dejó a ellos dos cara a cara en el balotaje. El oficialista y el outsider libertario se eligieron mutuamente para polarizar la discusión y acaparar la atención, de manera notablemente cuidada. O con agresiones controladas.
Mientras tanto, ambos desplazaban a la candidata cambiemita, que sin que nadie la empujara demasiado ya tropezaba con sus propias limitaciones y dificultadas para terciar en el debate, incomodar a sus adversarios y presentar una propuesta que atrapara el interés de la audiencia.
El resultado de la primera vuelta reflejó como ninguna otro hecho lo que había ocurrido en esos enfrentamientos dialécticos. El orden y la diferencia que separó a los candidatos apenas amplificó lo ocurrido en los escenarios de Santiago del Estero y de la Facultad de Derecho de la UBA.
Massa fue quien claramente había salido mejor parado de ambas instancias. Especialmente en el primer encuentro, donde se presentó con el traje azul revestido de amianto de un casi Presidente, que no le sobraba ni le apretaba por ningun lado. Milei fue entonces el que no perdió, cuando una mayoría esperaba que trastabillara.
Más candidato que ministro
Está claro que el primer lugar que obtuvo el postulante oficialista y los seis puntos de distancia con el libertario en la primera vuelta no se debieron solo a los debates, pero sí que ayudaron a reforzar su posicionamiento. Fue allí donde Massa empezó a consolidar el gran cambio (o el gran pase de magia) que se produjo durante el proceso electoral. Logró que el candidato se impusiera por sobre el ministro y su desempeño.
La gran pregunta sobre él dejó de ser desde entonces qué hizo durante su (fallida) gestión al frente del Ministerio de Economía. Pasó a ser cómo sería cómo Presidente, qué ofrece, como se lo ve en ese rol. Obviamente en el contexto en el que le toca. No en abstracto sino respecto de sus rivales. Desde ahí hasta hoy los atributos negativos del ministro se fueron achicando para que creciera la supuesta pericia o cualidad como eventual Presidente.
Para Milei que el piso que había logrado en las PASO se transformara en su techo en la elección general mucho tuvo que ver su campaña, en la que se incluyen sus performances en los debates. Sobre todo cuando, afuera de su núcleo duro de seguidores, su llegada a la Casa Rosada dejó de ser una estrambótica probabilidad estadística para convertirse en una posibilidad cierta una vez que fue el más en las PASO.
Las preguntas sobre una presidencia suya se antepusieron a la herramienta punitiva contra la dirigencia política (la casta) que operaba como la gran respuesta al enojo y la frustración de una parte más que importante del electorado.
El segundo lugar en las PASO del candidato de La Libertad Avanza y, sobre todo, la estrepitosa derrota de Patricia Bullrich, con la que habían soñado tanto Milei como Massa, reseteó el sistema. Mucho más tras el apoyo de Macri y Bullrich.
De las antinomia casta-anticasta y sistema-antisistema se pasó en el camino al balotaje a los clivajes democracia-antidemocracia, continuidad o cambio. Más rezagados, aunque aún vigentes, quedaron kirchnerismo-antikirchnerismo y macrismo-antikirchnerismo. El massismo y el antimassismo son por ahora construcciones a futuro o espectros atemorizantes que tienen aún un peso muy relativo. El debate de anoche lo confirmó. Y Massa lo explicitó.
Mientras tanto, el miedo y el enojo que han sido las emociones dominantes de casi todo el proceso electoral continúan siendo dilemas muy potentes, aunque en esta etapa tiendan a confundirse en quién se encarnan esos sentimientos, según de qué lado de la nueva polarización se ubique cada uno.
Para una mitad (más o menos precisa) pesa de manera determinante el miedo a Milei y a lo que un Gobierno suyo podría significar para algunos sectores de la población o respecto de sus políticas concretas y posicionamientos de fuerte peso simbólico y consecuencias prácticas. Como algunos acuerdos básicos sobre los que se asentó la democracia recuperada hace 40 años. En especial respecto de la represión ilegal y el plan sistemático de violación e derechos humanos.
El libertario se han encargado con palabras y con actitudes de darle entidad a esas prevenciones. Como para que algunos referentes sociales, insospechados de massismo y, menos aún de kirchnerismo, hayan anunciado no solo el voto contra Milei sino a favor de Massa. También eso usó el candidato oficialista en su favor anoche y no logró desarticularlo el libertario.
En tanto, para buena de la otra mitad, que aun cuando también abriga ciertos temores sobre lo que podría sobrevenir con un gobierno de Milei, tiene mucho mayor incidencia la amenazante continuidad, renovada y reforzada de un kirchnerismo de tercera generación, encarnado por Massa.
Sería un artefacto capaz de convertirse en una nueva hegemonía como la que crearon Néstor y Cristina Kirchner, en la que las instituciones y los principios rectores de la democracia liberal, como la división de poderes y el respeto a la ley, estén tan amenazados o más que entonces, sometidos a la arbitrariedad y la discrecionalidad. No se trata de temores viejos ni de proyecciones paranoides, sino del fruto de la observación (aumentada) de las formas y las prácticas del actual ministro de Economía, durante su gestión.
Para un balotaje que se decidirá por márgenes acotados, como auguran las encuestas y como dicta el promedio dominante en la mayoría de las segundas vueltas, los matices cuentan y mucho. No para los que votarán convencidos por o en contra de uno u otro candidato por esperanza o por espanto.
Sí importarán cómo procesarán el debate de anoche, cómo se lo amplifique en los días posteriores, y cómo los interpelarán a los ciudadnos los acontecimientos que ocurran hasta el día de la elección. Incluidos los cierres de campaña.
Nada estará resuelto hasta que no se cierren las mesas de votación el próximo domingo. Pero anoche Massa sacó una ventaja.
Fuente: La Nación.