Las ideas que manejan actualmente los republicanos trumpistas son las mismas que impulsan en numerosos países de Europa
WASHINGTON.- La metamorfosis del partido de Abraham Lincoln y Ronald Reagan en otra cosa –¿el partido de Hulk Hogan, tal vez?– está casi completada. Los republicanos, a la rastra del ex y tal vez futuro presidente Donald Trump abrazaron su nacionalismo iliberal, su fanatismo proteccionista y su nativismo antiinmigrante.
En la figura de J.D. Vance, el senador que recibió la palmada en el hombro de Trump para acompañarlo en la boleta electoral, los republicanos encontraron un joven “heredero natural” del movimiento “Estados Unidos primero”, que parece encaminado a radicalizarse cada vez más hondo en su trinchera ideológica.
Durante décadas, los republicanos se presentaron como el partido de los negocios y el libre comercio. Esta semana, en la Convención Nacional Republicana, Trump prometió más aranceles y Vance anunció el fin de la era de “todo al gusto de Wall Street” y reivindicó al “hombre de trabajo”. Durante décadas, los republicanos se presentaron como los jugadores más drásticos del tablero global, impulsores del gasto militar y tajantes con la amenaza planteada por los autócratas de otros países. Sin embargo, Vance y sus legisladores afines se opusieron durante meses al envió de más ayuda a Ucrania, y Trump viene cultivando conspicuas relaciones de cercanía con muchos autócratas extranjeros, entre ellos Vladimir Putin.
En su último discurso como presidente, en 1989, Reagan hizo su ya famosa exaltación de la inmigración como impulsora crucial de la incomparable fuerza y vitalidad de Estados Unidos. Reagan también aprobó leyes que amnistiaron a millones de indocumentados que había en el país. Ahora un fast forward al presente: Trump, portaestandarte republicano, fue recibido en la sala de convenciones de Milwaukee con carteles que reclamaban “deportación en masa”, y junto con Vance se ocuparon de fogonear la histeria sobre el auge de la inmigración como causa de raíz del auge de la criminalidad, el aumento del precio de la vivienda y la inflación. (Sobre ninguna de esas afirmaciones hay la menor evidencia).
En esa metamorfosis, los republicanos de Trump se desprendieron de la piel, las formas y los símbolos de los partidos de derecha “tradicionales”, para adoptar una plataforma más afín a los partidos de ultraderecha que están en ascenso en Europa. Durante años, los expertos en política comparada vienen siguiendo la deriva ideológica de los republicanos, que la alejó de sus tradicionales pares de la centroderecha para acercarla a la orilla de facciones más extremistas e iliberales. El Partido Republicano de 2024 tiene mucho más que ver con Reunión Nacional de Marine Le Pen en Francia –que es virulentamente antiinmigrante, reclama formas de protección social, y tiene vínculos documentados con el Kremlin– que con la ultraderecha francesa hace apenas una década.
La boleta Trump-Vance parece terminar de redondear esa transformación. Vance en particular viene impulsando un abierto nacionalismo “de sangre y suelo”. En su discurso del miércoles, no apeló a los altos ideales universales que se suelen mencionar en los panegíricos al patriotismo norteamericano, sino que habló del cementerio del este de Kentucky donde están enterrados sus antepasados.
“Si bien las ideas y los principios están geniales, eso es una patria. Esa es nuestra patria”, lanzó Vance. “La gente no sale a luchar por abstracciones, pero siempre saldrá a luchar por su hogar. Y para que nuestro movimiento tenga éxito y nuestro país prospere, quienes nos gobiernan tienen que recordar que Estados Unidos es una nación”.
Vance agregó que si se lo pidieran, su familia “lucharía y moriría para proteger a este país”. John Ganz, comentador e historiador del populismo, vinculó la retórica de Vance –el gesto de pararse sobre la tumba de sus ancestros– con los que una vez el venerable historiador francés Michel Winock describió como “nacionalismo mortuorio”. Winock estaba tratando de encuadrar la evolución de la política en Francia a principios del siglo XX, durante el auge de una horda de nacionalistas católicos y pensadores reaccionarios como el filósofo Charles Maurras, alguien muy admirado por Stephen Bannon, el correveidiles de Trump.
Esa marca de nacionalismo proto–fascista, explicaba Winock, “todo lo subordina al Estado–nación: a su fuerza, a su poder, a su grandeza”. Y su atractivo descansaba en la promesa “de una resurrección: la restauración de la autoridad del Estado, el fortalecimiento del ejército, la preservación de las viejas costumbres, la disolución de las fuerzas de división”. Pero Winock agrega que esa política solo dio impulso “a variadas dosis de xenofobia, antisemitismo y antiparlamentarismo”, y este último punto, desde una perspectiva del siglo XXI, se corresponde con una hostilidad hacia el funcionamiento constitucional de la democracia.
Convicciones
Todavía no sabemos qué tan profundas sean las convicciones que declaran Trump y su candidato a vice. “Vance articula una perspectiva muy clara sobre el fracaso de lo que él llama el ‘fundamentalismo de mercado’ que durante décadas fue la política económica de consenso del Partido Republicano,” le dijo Oren Cass, aliado de Vance y presidente de American Compass, un think–tank estrechamente vinculado a los populistas económicos del Partido Republicano, a mi colega el periodista Jeff Stein.
De todos modos, otros explican que hay razones para desconfiar de la retórica republicana a favor de los trabajadores. “Vance ataca a las grandes empresas pero en su breve carrera política contó con el respaldo de algunos de los hombres más ricos de Estados Unidos, incluido el multimillonario libertario Peter Thiel, y se sumó formalmente a la campaña de Trump, apoyada por titanes de Wall Street como Stephen Schwarzman y Bill Ackman”, señaló el Financial Times. Durante el fin de semana, Elon Musk –que difícilmente pueda ser considerado un amigo de los trabajadores– comprometió alrededor de 45 millones de dólares por mes para la creación de un super Comité de Acción Política pro-Trump.
Dentro del panorama global, el Partido Republicano de Trump está manejando las mismas ideas que circulan en muchos países de Europa. Comparte la misma antipatía e inquietud por la legislación profeminista y la “ideología de género”, lo mismo que devela a partidos como el ultraderechista español Vox. Y al igual que el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, considera que las regulaciones ambientales y la acción climática –una “estafa”, como dijo Trump en su discurso de anteanoche– son un obstáculo para el crecimiento económico.
Los republicanos también observan con admiración la represión contra la sociedad civil liberal y las universidades llevada a cabo por el gobernante Partido Fidesz en Hungría. Y el ala Vance del Partido Republicano, como algunos de sus homólogos nacionalistas europeos, está ansiosa por poner fin a la ayuda militar a Ucrania, sin importarles que la invasión de Rusia termine modificando las fronteras de ese país.
Esta semana, el canciller ruso, Sergei Lavrov, aplaudió la incorporación de Vance a la lista. “Sólo podemos recibir la noticia con satisfacción, porque es lo que necesitamos: que dejen de llenar a Ucrania de armas, y entonces la guerra se termina”, dijo.
Por Ishaan Tharoor
The Washington Post