El Monumental es un teatro con público que aplaude. Son aplausos naturales, lógicos y consecuentes con lo que se observa: una obra. Sin estridencias, si la mayor de las estridencias este equipo la dio en Qatar 2022. O sí, con la enorme estridencia de ser un equipo con todas las letras. Y prescindiendo de su Dios durante casi una hora.
Argentina juega a jugar. Nunca se altera ni pierde la paciencia. Va y vuelve. Sale y entra. Ablanda y perfora. Es ancho, es profundo, es vertical y también horizontal. Descubre, inventa y genera espacios. Respeta. Tiene humildad. Es solidaria. Mantiene el hambre y el deseo de competir luego de haber conseguido la gloria eterna (deportiva).
La Scaloneta tiene tanta versatilidad que para varios de sus integrantes no hay posiciones fijas: sólo puntos de partida o llegada. Esa versatilidad le permite jugar con Lautaro y Julián juntos como si hubieran nacido en las misma división de Inferiores. Y no modifica la esencia bajo ningún punto de vista.
Esa atajada del Dibu para evitar el 1-1 fue con Messi parado a un costado, ya con la camiseta puesta, listo para entrar, reverenciado como se lo tiene merecido. Tantas veces se dijo, se escuchó y casi se balbuceó con aquello de armarle un equipo a Messi que hoy, aquí y ahora, un equipo que tiene a Messi como su tótem puede prescindir de él para someter a un Paraguay que siempre complicó a Argentina en Eliminatorias. El 1-0 es una de las mayores injusticias de los últimos tiempos.
El corner y el tiro libre justamente de Messi en los palos hubieran sido la frutilla de un postre exquisito. Un postre que toda la Argentina debería compartir, hacerlo suyo, saborear y nutrirse de su esencia.
Con información de Olé